Lectura de Miguel Ángel Cáliz

–¿Cuántos ángulos podría llegar a contener un espejo?

    Me incitó el espejo:
    “Qué duro mendrugo para mis imágenes
    aquella albulfera ciega.” Sin semblante,
    le incité: “Me veo”.

–¿De cuántas maneras podemos mirar las cosas?

    Mi sombra se acercó:
    "¿Qué sientes?, di, ¿Qué sientes?":
    pertinaz
    durante muchos dédalos.

–¿Cuánto podemos alcanzar a descubrir con la palabra?

    Acabo de morir: para la tierra
    soy un recién nacido.


Todas estas preguntas, y posiblemente alguna respuesta, se encuentran en la poesía de David Rosenmann-Taub. Porque un espejo es sobre todo aquello que esperamos ver en él, aunque siempre sea algo más, y la poesía de Rosenmann-Taub es precisamente una literatura que aspira a decir lo que ya sabemos, lo que es evidente, pero también alguna faceta, algún detalle, alguna intuición que antes no conocíamos. Tal vez sea ese eco de la rabiosa vanguardia que fertilizó la literatura latinoamericana de todo el siglo veinte; tal vez sea la obsesión de búsqueda continua que aqueja desde sus inicios a la poesía, pero los versos de Rosenmann-Taub tienen un inequívoco aire de indagación. Buscar, desvelar, reflejar desde un punto de vista hasta entonces desconocido, y hacerlo con la palabra, con la palabra inexacta pero certera, igual que el espejo utiliza la luz pero no está hecho de luz. No para ser más sabio, no para ser ese hombre superior que es capaz de interpelar al propio Dios, sino para saber que cuando no entendamos nada, cuando nos duelan los huesos de no entender, la poesía estará ahí, como bálsamo, como intérprete, como única jurisdicción a la que acogernos. Por eso Rosenmann-Taub, que dejó de escribir durante algún tiempo, tuvo que volver, y por eso cuando necesitamos saber qué era la infancia, debemos acudir al verso: cuando queremos entender la estupidez de los hombres, cuando intentamos saber qué hay en una ciénaga, cuando necesitamos cantar esa música que suena sólo en el pensamiento, cuando pretendemos huir de ese lugar común del hombre moderno según el cual las palabras ya no tienen sentido, podemos acudir al verso.

    ¿Dónde el vergel? Los ramos
    danzan en el jarrón.
    Naturaleza, en esta maratón
    de enigmas, compitamos.

La obra de Rosenmann-Taub bebe de corrientes fértiles, desde el surrealismo más lúcido (si es posible el término), hasta la poesía popular; desde la lírica del siglo de oro a la poética de Vallejo, pero su intento de escapar de todas ellas es evidente. De manera que a fuerza de indagar en el paso siguiente, Taub se vuelve a veces críptico, ignoto, como si exigiese al lector ir un poco más allá, a ese viaje al fondo de las cosas que interesa al verdadero creador.
Curioso misterio este que el poeta lleva décadas proponiendo, sólo con lo inefable, con la música y el sentir poético, se puede alcanzar alguna intuición sobre el universo, igual que sólo conocemos nuestro rostro, la imagen que de nosotros tiene el mundo, al verlo reflejado en un cristal untado con azogue.